Apuntes de una espectadora en torno a lo ocurrido durante la proyección de «Les soviets plus l’électricité» en el seminario Doc’s Kingdom 2013, celebrado en el mes de octubre en la isla de Faial (Azores). Publicado en Revista Lumiére, Especial Nicolás Rey.
Por encima de unas ropas de color claro, próximo al blanco, las manos de Nicolás son aún más visibles. Están sucias, manchadas de negro por la grasa de una máquina que ha transformado completamente la jornada. Hace sol afuera. Esperamos sentados en los bordillos de la pequeña calle donde se sitúa la sala de proyección, el teatro de la isla de Faial.
Hasta hace un momento, estábamos dentro. La película pasaba. Pero un chasquido sospechoso, una pantalla en negro que ésta vez coincidía con la ausencia técnica de sonido y una cierta tensión entre nosotros, los espectadores, indicaban que había ocurrido algo que parecía no haber sido previsto.
En las instrucciones para la proyección que Nicolas Rey incluye al final de la ficha técnica de su película «Les soviets plus l’électricité» (2001), se puede leer:
«Se agradece no montar juntas las tres bobinas de la película. Hacer dos pausas de aproximadamente cinco minutos, encendiendo la luz de la sala, entre las bobinas, de modo que deje tiempo para recargar tranquilamente el proyector. Esas pausas son necesarias para un buen visionado de la película. (Si, excepcionalmente, resulta necesario montar la película en una sola bobina, no quitar ninguna cola de inicio ni de fin y no hacer ningún corte. Servirse del pasaje de las colas para hacer las pausas tal como está indicado). La película está constituida por una alternancia de planos y pasajes a negro.»[1].
Los pasajes a negro de los que habla aparecían como cortes en el flujo de las imágenes y nos recordaban que estábamos de frente a una construcción fílmica, que hay algo de lo que veíamos que nos remitía a un pasado lejano y que la memoria viaja sobre una línea discontinua. El proyector de 16 mm se ha estropeado. Por fin el azar se ha entrometido. La indisciplina de la máquina hace que nuestro visionado asuma un primer hueco, provocando nuestra salida de la sala.
Y al salir de allí descubrimos que no sólo las máquinas manchan sino también las butacas. Muchos de los espectadores llevan esas arrugas de tonos rojizos que marcan sus espaldas, también la de Nicolás. Más indicios. Negro, rojo.
El intervalo de tiempo entre la bonina 2 y la 3 pasa de 5 a 20 minutos. Cuando estamos afuera, sobre aquella misma calle de piedras al sol, nos avisan que necesitan más tiempo para reparar la máquina estropeada. El intervalo crece una vez más, mientras Nicolás y varias personas del equipo de proyecciones tratan de averiguar el problema del proyector, los programadores nos recomiendan ir a comer y regresar en una hora para continuar con la sesión. Hay algo de breve frustración en este ir y venir en busca de esa última bobina [ mmm… 5 min + 20 min + 60 min ].
“Cuando la conciencia se introduce en el engranaje, hace explotar la rigidez, del mismo modo, me parece, como la enfermedad nos ayuda a descubrir que tenemos un cuerpo, un cuerpo libre que no puede ser asimilado a la salud»[2]
Sigue haciendo sol allá afuera y la piel agradece su contacto. Hace ya varios días que nos pasamos más de siete horas por jornada en aquella sala que nos deja su particular marca roja que ya se ha vuelto cotidiana. Las dos bobinas que hemos podido ver son las dos primeras etapas de ese viaje en solitario desde París hasta la aislada ciudad de Magadan (Siberia) siguiendo el camino de los prisioneros condenados a los campos de trabajo forzado. Al inicio de cada una de las bobinas, como queriendo hacer un contrapunto al registro sonoro de su propia voz en ese tono “medio casual, medio relajada y medio temerosa (tres «medios»)”[3], leemos sobre fondo azul el texto de la canción de V. Vyssotsky que escuchamos sólo al principio de la película.
Tal vez piensas que no es
muy de mi edad
Pero no suelo abrir mi corazón,
Déjame que te cuente sobre Magadan,
Escucha!
Llegué a ver la bahía de Nogaïsk y los caminos
de lodo
Si fui hasta allí no fue
sin ton ni son.[4]
Parece que han tenido que ir en busca de un segundo proyector (estamos en una isla). Y sí, lo han conseguido, pero parece ser que tampoco funcionaba. El equipo de las manos sucias se dispone a desmontar y volver a montar el proyector recién llegado para sacar adelante la continuación de la proyección.
Cosas que ocurren fuera de programa provocan una ruptura. Hemos regresado de comer y el intervalo continúa creciendo. Entramos en la sala y nos sentamos, entonces, nos piden una hora más. Nos indican que hagamos pequeños grupos siguiendo el orden de las filas de nuestras butacas y que nos reunamos en un parque cercano para discutir acerca de algunas cuestiones que tal vez no están siendo abordadas debido a la limitada participación en las sesiones colectivas de reflexión.
«Las máquinas deseantes no funcionan más que estropeadas, estropeándose sin cesar» [5], decían Gilles Deleuze y Félix Guattari.
El proyector se rompe, podemos percibir la fragilidad de la materia y el color de las manos de quienes se reúnen a solucionarlo. Como efecto de esa desconexión, también el programa se rompe, se hacen evidentes las debilidades de un espacio colectivo para la palabra y se abre la posibilidad de experimentar con otras formas de organización.
Poco después pudimos ver la tercera bobina y llegar hasta Magadan. La sesión de discusión de aquella tarde fue apasionante. Aquellos que tomaron el micrófono no sólo fueron muchos más sino que también hablaron en modos muy diversos de lo que se había escuchado hasta ahora. Entonces fue cuando tuvo sentido aquella frase que inauguraba la sesión a las 9 de la mañana: “hoy vamos a asistir a una proyección que se propone como un acto político colectivo”. Nada menos que en 172 minutos de film y más 130 minutos de intervalos entre bobinas.
Pilar Monsell. Barcelona, octubre 2013.
***
Notas
1 «PROJECTION DU FILM “LES SOVIETS PLUS L’ÉLECTRICITÉ”»: «Merci de ne pas monter ensemble les trois bobines du film. Faire deux pauses d’environ 5 minutes, en rallumant la lumière de la salle, entre les bobines, ce qui laisse le temps de recharger tranquillement le projecteur. Ces pauses sont nécessaires à la bonne vision du film. (Si, par extraordinaire, il était nécessaire de monter le film en une seule grande bobine, n’enlever aucune amorce de début et de fin et ne procéder à aucune coupe. Se servir du passage des amorces pour faire les pauses dont il est question ci-dessus). Le film est constitué d’une alternance de plans et de passages au noir».
2 «Des images qui nous regardent, entretien avec André S. Labarthe, Jean-Louis Comolli», Images Documentaires 31: La place du spectateur, 1998. [Trad. Esp., «El lugar del espectador, entrevista con André S. Labarthe, en Jean-Louis Comolli», Filmar para ver, Ediciones Simurg, Buenos Aires, 2002].
3 Boris Lehman, «Les soviets plus l’électricité». Especial Nicolas Rey. Lumiére.
4 «Tu penses peut-être que ce n’est pas de mon âge / Mais c’est très rare que j’ouvre mon coeur, / Je vais te raconter Magadan, / Ecoute ! / J’ai vu le baie de Nogaïsk et les grands chemins / Si je suis parti là-bas, ce n’est pas sans rime ni raison».
5 Gilles Deleuze & Felix Guattari: El AntiEdipo, capitalismo y esquizofrenia. Barral Editores, Barcelona, 1973.